Her Shadow
Cuento
Cada vez que ella aparecía, las personas empezaban a sentirse algo anómalas. Una sensación de desajuste general invadía los ambientes. Una especie de horror lógico.
Ella lo sabía, y sufría por ello. No lograba convencer a nadie de que todo se debía a una enfermedad involuntaria, a una pequeña secuenciación caótica de sus genes, a un revoltijo en sus cromosomas. Vamos, que simplemente había nacido así.
El único hombre que se atrevió a hacerle el amor fue un insensato extranjero, a quien muchos tildaban de retrasado mental. Hoy, después de tantos siglos, es imposible aclarar si en verdad esa era la condición que explicaba a ese varón, meditabundo y mustio, que le hizo la corte por largos años, sin ceses ni apuros.
Lo único cierto es que cuando, más agobiada que seducida, ella sucumbió y se entregó, el hombre terminó loco, y se suicidó al poco tiempo.
Nadie nunca la vio llorar después de esto, pero tampoco nadie la vio sonreír. Por el resto de su vida.
Sin amigos, sin amores, sin parientes (los cuales huían, fingían no verla, o la rechazaban de plano), la pobre mujer ni siquiera tuvo necesidad de suicidarse.
Se enfermó de una peste perniciosa, que la apocó, enmudeció y deshizo sin piedad alguna.
En sus últimos momentos, reducida a un hatillo de huesos envueltos en pellejo ceniciento, todo el mundo se le acercó para verla expirar.
Sólo entonces a todos les pareció natural que no tuviera sombra.