Argerich
Microrrelato
Bien conocido es que la Argerich destrozó el corazón de Charles Dutoit. Menos conocido es que Dutoit cortó con su Victorinox las cuerdas del Pléyel de ésta, ubicado en el salón isabelino del domicilio conyugal de Ginebra.
Luego, en el trascurso de una tarde demencial –mientras Martha viajaba a Suiza desde España– dibujó con las cuerdas rotas la palabreja “felatriz” sobre la alfombra persa. Luego la deshizo, convencido de que el diseño de arabescos de Estambul impedía la debida legibilidad del denuesto, y más convencido aún de que lo que había sido concebido como insulto podría dibujar una sonrisa complacida en los delgados y mezquinos labios de su ex. (Así de monumental era el ego de la concertista.)
Pero el asesinato del noble instrumento de ensayo estaba consumado, y cuando arribó al hogar hasta hacía poco compartido, la argentina lloró toda la noche, mucho más de lo que había llorado nunca por su marido.