Qué es el Estrés
Cuando los poderes del pensamiento se aletargan
“Hay cosas a nuestro alrededor, cosas de las cuales no puedo dar cuenta clara: cosas materiales y espirituales; pesadez en la atmósfera; una sensación de asfixia, ansiedad y, sobre todo, ese terrible estado de existencia que experimentan los nervios cuando los sentidos están vivos y despiertos y, sin embargo, los poderes del pensamiento se aletargan.” (Edgar A. Poe, Shadow).
Edgar Allan Poe vivió en un mundo muy distinto al nuestro: un mundo sin telecomunicaciones, sin medios masivos de distracción; un mundo en el que países enteros no llegaban a tener ni la mitad de la población de una metrópolis de hoy. Y sin embargo, fue capaz de describir sensaciones muy parecidas a las que nosotros, habitantes aislados pero permanentemente comunicados del siglo XXI, llamamos estrés.
Los psicólogos pensamos que los estados de ánimo son más o menos permanentes y universales; es decir, existen aproximadamente desde siempre y en todos los lugares. Así que, si hoy tantos nos sentimos eventualmente aquejados por el estrés, ¿por qué no Poe? ¿por qué no tú?
Pensamientos, sensaciones, emociones
Suelo plantearles a mis alumnos la siguiente metáfora: Prudencio y Nicasio son colegas vendedores de celulares. Una mañana su supervisor les define la siguiente meta: deben vender 100 celulares cada uno antes del fin del mes. Quien no la cumpla, dejará de pertenecer a la empresa.
Prudencio es un vendedor eficiente, pero cien celulares es una enormidad. Se esfuerza, y pronto se ve abrumado por la sensación aplastante de una meta imposible. Su confianza en sí mismo disminuye, y la falta de convicción afecta su poder de convencimiento. Cada nueva llamada se hace más difícil; su mente torturada por el prospecto de ser un desempleado a futuro busca la menor oportunidad para distraerse, y eso solo le quita tiempo. A medida que se acerca el vencimiento del plazo, la angustia y desesperación de su voz hace que sus argumentos parezcan alegatos que en vez de motivar, ponen incómodos a sus potenciales clientes.
La mañana del vigésimo octavo día del mes, Prudencio se balancea apretujado en una combi, rumbo al negocio de un posible cliente. De pronto lo atenaza una angustiante sensación de ahogo; su corazón empieza a latir desbocado, como si acabara de terminar una carrera de cien metros contrarreloj. Sudoroso, sale desesperado del transporte y salta a la Avenida Javier Prado, cuando aún falta mucho para llegar a su destino; convencido de que en cualquier momento le dará un ataque al corazón, trata de llenar sus pulmones de aire y mira a su alrededor buscando algún alma caritatva que lo ayude a llegar a un hospital.
Nicasio, por otro lado, desarrolla una actividad frenética; apela a sus parientes, amigos, compañeros de promoción, conocidos de la cuadra, gente que se encuentra en la cola del supermercado, y a quien tome asiento a su lado en el Metropolitano. Recuerda a su primer jefe, quien le ayudó a descubrir su vocación por las ventas y le llamaba “Tigre”. Se siente un tigre, una especie de animal sin tiempo para otra cosa que no sea su cacería. Un depredador no filosofa, no recuerda, no se pone a imaginar escenarios de desgracia potencial: simplemente actúa. Le falta tiempo para llamar a su cartera de clientes; cada noche se duerme sonriendo, pensando en alguna manera novedosa de vender. Al día 30 del mes, se dio cuenta de que aún le faltaban diez celulares, pero había llegado a casi doblar su récord personal anterior.
Prudencio pasó por todo el ciclo del estrés: evaluó su meta como algo atemorizante y difícil de alcanzar, empezó a sentir aprensión acerca de su futuro, y eso lo llevó a actuar menos y peor de lo que normalmente hubiera actuado. Terminó por sentir sensaciones físicas que lo llevaron al hospital.
Nicasio, por el contrario, no estaba estresado; simplemente estaba demasiado ocupado para estresarse. Su actividad mental era tal, que en vez de ir en detrimento de su desempeño, lo hizo mejorar. Se planteó la meta no como algo imposible, sino un desafío hasta cierto pounto divertido, un reto personal a sus habilidades.
Puede que ninguno de los dos lograse la meta y ambos terminen despedidos, pero apuesto a que Nicasio la pasó mejor, y aun en el peor escenario, terminó el mes con mucho más comisiones, un certificado de trabajo halagador y fondos para sobrellevar un desempleo que probablemente sea breve.
Qué es el estrés
Si prestaste atención a algunas de las palabras clave de los párrafos anteriores (las he enfatizado con negritas y cursivas para tu mayor comodidad), ya estamos listos para definir el estrés:
El estrés se define como el desbalance negativo entre las demandas percibidas de una situación y los recursos personales propios de afrontarla.
El estrés ocurre cuando las demandas percibidas de una situación exceden la capacidad de afrontamiento de la persona (Lazarus & Folkman, 1984): tanto Prudencio como Nicasio empezaron el mes con la misma meta, bajo las mismas condiciones; pero el resultado y, sobre todo, la vivencia personal fue muy distinta. Esto quiere decir que el estrés no es algo que esté allá afuera, ni es una característica de una situación, sino de quien la vive. En ese sentido, técnicamente no existen trabajos estresantes, sino trabajadores estresados.
Nuestros pensamientos generan emociones: si soy un tigre, no puedo tener miedo, sino más bien excitación por la meta que estoy a punto de alcanzar. Si soy un futuro desempleado, siento miedo y aprensión por lo que depara el futuro.
Nuestras emociones generan conducta: la ansiedad terminó por hacer de Prudencio un peor vendedor y lo convirtió en un procrastinador que solo buscaba evadir su situación, entrando en un círculo vicioso de distracciones e ineficiencia que desembocó en un ataque de pánico. Para Nicasio la nueva meta acabó por convertirse en una especie de juego que terminó por elevar su autoestima.
El ciclo del estrés se produce por el encadenamiento de pensamientos negativos que llevan a emociones negativas (miedo, ira, sensación de minusvalía, entre otras), que llevan a la persona a entrar en modo de supervivencia y a tener conductas rígidas de escape o de agresión. Es un mecanismo que nos sirvió de mucho durante ese 95% de nuestra historia como especie, en que habitamos cavernas y planicies y para sobrevivir teníamos que pelear o huir. Pero ahora ya no tiene cabida: Prudencio no podía salir corriendo de la oficina de su jefe, y tampoco lo podía atacar.
Cómo afrontar las situaciones difíciles
Si me has acompañado hasta ahora, concluirás conmigo en que el estrés no es un estado inevitable; es el fruto amargo de una manera equivocada pero corregible de afrontar las situaciones difíciles.
Para evitar caer en el estrés, podemos actuar a diversos niveles: podemos modificar nuestras emociones, nuestros pensamientos, nuestras conductas, o diversas combinaciones de estos. Es una tarea potencialmente difícil, sobre todo si se la emprende en soledad. Por ello, te ofrecemos nuestro apoyo profesional; no dejes que el poder de tus pensamientos se aletargue; te esperamos.