El Perfil de la Política
Introducción: Las Cuatro Dimensiones de la Percepción Política
Es indiscutible. Cuando se analiza la situación política, tendemos a involucrar emociones con enorme facilidad. Y esto se debe a que la esfera política existe en cuatro dimensiones que la caracterizan:
a. Dimensión Restricción / Libertad: Cuando la esfera política y sus protagonistas se desenvuelven adecuadamente, los ciudadanos experimentan la sensación de tener libertad. La esfera privada predomina en sus vidas, es posible sumergirse en las metas propias, y se incrementa la ilusión de ser individuos capaces de definir el propio destino. Por el contrario, cuando la esfera política y sus protagonistas se desempeñan inadecuadamente, la vivencia individual parece difuminarse y predominan las preocupaciones públicas. El ciudadano pierde el foco en su realización personal y solo parece importar el gran y nebuloso destino de la nación. Esto genera la percepción de estar en una encrucijada existencial; la vida propia se suspende, campea la incertidumbre hasta lo intolerable, y se pierde la capacidad de acción. Solo parece importar lo masivo, y formar parte de los grandes movimientos se vuelve la única manera relevante de acción. Esto restringe y encorseta la iniciativa personal y, como es fácil de entender, el bienestar emocional de los ciudadanos disminuye.
b. Dimensión Opacidad / Transparencia: Una de las prioridades de la opinión pública es la accesibilidad a los hechos. Dada la enorme capacidad de lo político para restringir la acción y la vida cotidiana, los ciudadanos, casi instintivamente, demandan claridad acerca de los detalles de su funcionamiento. La opacidad o falta de transparencia en lo político genera de inmediato la necesidad de crear la verdad a la que no se tiene acceso, lo cual, unido a la falta de contraste objetivo y a la urgencia por coherencia emocional, genera las teorías conspirativas.
c. Dimensión Controlabilidad / Incontrolabilidad: Íntimamente ligada a la participación política, la percepción, por parte del ciudadano, de que es capaz/incapaz de influir sobre lo político es uno de los determinantes para evaluar la situación política como adecuada/inadecuada. Cabe mencionar que la situación ideal es aquella en la que el ciudadano percibe que es capaz de influir en lo político mediante su sola acción individual; luego que es capaz de influir a través de colectivos, gremios, asociaciones, etc; por último, que es totalmente incapaz de influir en lo político, incluso de manera colectiva. Esto último genera desesperanza política y cinismo ciudadano.
d. Dimensión Aburrimiento / Estrés: El ciudadano puede percibir que la realidad política que lo encapsula es predecible, rutinaria, y cierta; las cosas funcionan como deberían, no hay novedades que alteren el ánimo y la sensación es que se puede uno desinteresar de los eventos políticos y dedicar por ende mucho mayor energía a la vida personal. Esta sería la situación ideal de lo político. Por el contrario, cuando la política es incierta, impredecible, y variable, el ciudadano se siente compelido a intervenir, o al menos a tratar de intervenir en ella.
Dentro de este esquema, podríamos tipificar la evaluación que hará el ciudadano de su realidad política, en base a estas cuatro dimensiones.
Cuando la percepción nos indique que la Política genera libertad (Dimensión 1), es transparente (Dimensión 2), controlable (Dimensión 3), y rutinaria (Dimensión 4), nuestra evaluación de la coyuntura será favorable.
Cuando la percepción nos indique que la Política genera opresión (Dimensión 1), es opaca (Dimensión 2), incontrolable (Dimensión 3), y estresante (Dimensión 4), nuestra evaluación de la coyuntura será desfavorable.
El Libro
El Perfil del Lagarto, del periodista Carlos Paredes, consiste en la exposición de tres tipos de falencia de quien fuera Presidente del país, el moqueguano Martín Vizcarra: de personalidad, de gestión (incluyendo acciones penales, de ser comprobadas judicialmente), y políticas. Por propia admisión, el autor es un periodista del entorno de la ex segunda vicepresidenta del Perú, Mercedes Aráoz, famosamente opuesta al expresidente.
Es un libro emocional, casi podríamos decir partidario, si es que el antivizcarrismo fuera un partido definido (que no lo es). Aspira a generar indignación pública, y normalmente lo lograría en un escenario político sano, pero en la muy deplorable zoología política peruana, con la excepción de las dos gruesas revelaciones acerca de millonarios sobornos generados en su administración como Presidente Regional de su tierra, las demás tropelías de Vizcarra nos saben a poco. En efecto, Paredes nos habla de compadrazgos, bypaseo de reglas, favor management o “gestión por favores”, simple y llana ineptitud gerencial, y habilidad para esquivar los dientes lentos y mellados del Poder Judicial peruano. Peccata minuta, casi nos atrevemos a decir, en el país que ha padecido cleptocracias legendarias como las de Fujimori, Toledo y García.
Como tantos otros, Paredes sobrestima a Vizcarra. Los casi ciertos delitos de este último son materia de reportaje especial de domingo por la noche, no de todo un libro. Solo la inquina personal explica las profusas horas que de seguro el periodista le ha dedicado a las andanzas de este sureño larguirucho, cuya aportación histórica mayor probablemente sea la modesta hazaña de haber traicionado a la fuerza política mayor de su tiempo (el fujimorismo y las fuertes tendencias conservadoras peruanas) y haber sobrevivido el tiempo suficiente para disolver al infame Congreso fujimorista antes de su súbita vacancia. MVC no es AGP o AFF, cuyos gobiernos llevaron la corrupción y la pura ruindad hasta niveles de virtuosismo.
Leída sin odio, esta obra de Paredes se vuelve tediosa en sus tres cuartas partes, y se convierte en una denuncia del sistema político en general, más que de Vizcarra en solitario. Uno se pregunta si en el Perú es posible siquiera que un líder político adquiera dimensiones nacionales sin avenirse a practicar la miríada de pequeñas ruindades y “sacadas de vuelta” al sistema legal y ético.
Sin embargo, existe cierto interés psicológico en ciertos pasajes. Por ejemplo, el margen de intrusión en el poder generado por la superstición y simple falta de cultura de Vizcarra. En regímenes personalistas como el peruano, los defectos presidenciales tienen el potencial de convertirse en vicios de una gestión. Así, personajes lodosos y caricaturescos como Hayimi y Swing serían simplemente imposibles en la administración de una persona educada en algo más que marrullerías y los tecnicismos de una profesión. La esfera política peruana tiene las barreras de entrada más nefastas: ahuyenta personas cultas y éticas, y atrae, por el contrario, a carne de presidio, mediocres sin formación, flores de ineficiencia y postulantes a narcisista.
El conservadurismo peruano, ignorante y ciego de dogmatismo, vivió espantado con Vizcarra, sobre todo por pensar que el favor público lo acompañaría siempre. Creyó ver en él el reflotamiento de posiciones y políticas de centro, pero el Lagarto solo estaba preocupado por bañarse en popularidad y darse el gusto de salirse con la suya en base a traiciones y la imposición de situaciones de hecho. Tal vez la única virtud del expresidente haya sido su decidida vocación por la acción, y no es casualidad que haya usado el adjetivo “fáctico” al disolver el Congreso. La mera ejecución sin principios, sin embargo, nunca ha llegado muy lejos, y el ojo público no lo acompañó mucho tiempo después de su alejamiento del Palacio de Pizarro. Hoy, a pocos días de las elecciones, nadie se sorprendería de que el moqueguano ni siquiera logre ser electo congresista.
Las páginas de Paredes están escritas con sangre en el ojo, qué duda cabe, y con la visión nublada le ha sido imposible calibrar la dimensión auténtica de su protagonista. Vizcarra es, sencillamente, una oportunidad perdida adicional en la historia del liderazgo político peruano. Un personaje de pocas miras, que se topó con circunstancias favorables para coincidir con las mayores corrientes de opinión pública y las malgastó en arranques de figuración personal. Será justamente olvidado en pocos años; tiene destino de asterisco y vocación de nota al pie de página en el gran volumen de la Historia del Perú.
Las Dimensiones del Lagarto
La acción política de MVC nos otorga la magnífica oportunidad de clarificar nuestra pequeña propuesta teórica acerca de las dimensiones políticas y su relación con la actitud de la opinión pública. ¿Pueden estas dimensiones que postulo, ayudar a explicar la popularidad que acompañó a Vizcarra durante su presidencia?
En primer lugar, la dimensión 1, Restricción / Libertad. Uno diría que el Presidente que inauguró las cuarentenas y limitó la vida económica hasta casi la asfixia debería ser percibido como una especie de tirano castrador de la iniciativa personal. ¿Por qué gozó de tanta popularidad? La razón me hace recordar una discusión de mis épocas de escuela: la distinción entre libertad y libertinaje. La libertad es la capacidad de optar entre alternativas que el individuo considera correctas y admisibles: ningún ciudadano moral se quejaría de vivir en una sociedad donde no se pueda violar y robar impunemente. La opinión pública percibía que la cuarentena era una opción éticamente correcta, por lo tanto le otorgó su favor. De hecho, la trágica discordancia entre la aceptación masiva de la cuarentena y el acatamiento omiso de ella por parte de la inmensa mayoría de peruanos solo ratifica una de nuestras características culturales: la hipocresía social.
En cuanto a la dimensión 2, Opacidad / Transparencia. En su momento, y ante todo en su contexto político, Vizcarra aparecía como menos opaco que el tenebroso congreso fujimorista, pletórico de triquiñuelas de bajo nivel, maniobras matonescas y acuerdos bajo la mesa. Esto nos ilumina en relación a la dinámica de estas dimensiones: son relacionales, más que absolutas. Ante la imposibilidad de un conocimiento íntimo y personal, la opinión pública genera sus impresiones por comparación y contraste con los demás protagonistas del tinglado político.
La dimensión 3, Controlabilidad / Incontrolabilidad, nos ratifica en nuestra conclusión acerca de la naturaleza comparativa de estas dimensiones. Contrastado con la apabullante voluntad de boicot permanente de los congresistas, Vizcarra fue percibido en su tiempo como un agente de predictibilidad en un entorno caótico, el contrapeso a la arbitrariedad del fujimorismo y sus compinches conservadores.
Por último, la dimensión 4, Aburrimiento / Estrés. Sin duda, Vizcarra será recordado como el Presidente de la Cuarentena, la presencia cotidiana y enmascarillada emitiendo sensatas admoniciones diarias de resonancias paternalistas por la televisión. De alguna manera, el peruano promedio esperaba el discursito pacificador de cada mediodía, sin ninguna impaciencia y tampoco sin ninguna duda de que saldría al aire. En medio del miedo al contagio y la sombra creciente de la pobreza que volvía a tocar la puerta, casi podíamos adormilarnos con esa voz de barítono resonando desde Palacio.
Conclusión
Es evidente que, como psicólogo social, aspiro a algo más que a la propuesta teórica y al diálogo con mis propias nociones. Soy consciente de que, ex post facto, es posible embonar casi cualquier teoría a casi cualquier hecho, y que la verdadera prueba ácida de una teoría científica es llevarla a la investigación. Pero el primer paso (a saber, demostrar de que, al menos en principio, estas dimensiones tienen coherencia y lógica interna) ya ha sido iniciado.
¿Es recomendable este libro? Sí, como material de bajo nivel en la pesquisa de quien se interese por la política peruana. Con bajo nivel me refiero a que no es un material del cual se puedan sacar conclusiones ya formadas, aunque sí elementos para elaboraciones más amplias. Por lo demás, no creo que haya sido otra la intención del autor.