Psicología Política y Posverdad
Psicología Política Hoy
¿Las prédicas alarmadas que pregonan el advenimiento de una era de “posverdad” son ciertas o, por el contrario, son infundadas, interesadas y/o alarmistas?
Gran parte de esta noción de posverdad surge de las elecciones del 2016, en donde Donald Trump, en una especie de ataque surrealista en contra de la realidad política americana y mundial, demostró que la candidatura de alguien sin récord político previo no solo podía ser viable, sino ganadora, en el contexto de elecciones en naciones del Primer Mundo.
Para quienquiera que tenga un mínimo interés en la política mundial, el bienio 2015-2016 fue un punto de viraje. Antes de ese momento, el consenso más o menos aceptado en el establisment político era que la globalización, la democracia representativa, el progresismo y el humanismo secular eran pilares más o menos indiscutibles del escenario electoral.
2015, El Año que lo Cambió todo
Autores como Harari1 y Levitsky2 escribieron obras significativas postulando los teoremas que definían, respectivamente, las reglas del juego político mundial y local antes y después del 2015.
Más allá de cualquier explicación sesuda o análisis exhaustivo, baste enumerar aquí lo que cambió de facto desde ese año:
- Personas sin trayectoria política y/o con capacidades intelectuales mediocres podían llegar al máximo liderazgo ejecutivo en naciones desarrolladas y/o poblacionalmente complejas, como EEUU, Reino Unido, Brasil o México.
- El nacionalismo es un capital político más poderoso que la globalización
- La figura del hombre fuerte resucitó del pasado con más vitalidad que nunca
- El prestigio del especialista se desplomó estrepitosamente. En la era de Google, se produce la auténtica “Rebelión de las Masas”3. Las personas que en décadas previas admitían ignorancia se sienten reivindicadas y valoran su criterio sencillo, ratificado por la coincidencia masiva: sí, la pena de muerte es lo más efectivo contra el crimen; no, no existe el género, solo los dos sexos con los que nacemos, como con los perros y los gatitos; sí, los inmigrantes deberían ser expulsados; sí, la solución a la inseguridad es más y más mano dura…
- Las instituciones son puestas en cuestión, no en nombre de principios, sino en nombre de emociones; no con el objetivo de mejorarlas, actualizarlas y hacerlas más sólidas, sino para relativizarlas, desnaturalizarlas y doblegarlas a algún impulso emocional colectivo.
- La democracia directa –la primitiva, la del conteo, el mítin y “la mitad más uno”– tiende a reemplazar a la democracia representativa –la del debate, el referente legal y la profesionalización política–.
- El progresismo es casi universalmente derrotado por el conservadurismo. Los prejuicios más rancios, que nunca desaparecieron pero se ejercían desde la vergüenza, la sombra y en contextos que aseguraran la impunidad, ahora se proclaman en público, se reivindican y sirven de plataforma electoral.
- Por algunas breves décadas, el humanismo secular, que tenía como criterio de legitimidad la voluntad del individuo, la preferencia del consumidor y el voto del ciudadano, hoy está en tela de juicio, y probablemente lo único que impide su derrocamiento completo es el hecho de que el rechazo visceral que empieza a generar aún no ha encontrado expresión en una ideología consistente y adaptada al nuevo contexto de economía virtualizada que empieza, ella misma, a surgir recién.
Algo de Investigación
El mundo académico fue tomado por asalto por este vendaval de realidad política inopinada.
Y como la compulsión profesional de los investigadores es tratar de sondear la realidad en busca de explicaciones, los estudios al respecto no se han hecho esperar. En este artículo reseñaremos las principales conclusiones de tres investigaciones de Psicología Política hechas recientemente. No han sido elegidas por alguna razón en particular, fuera de ser recientes y estar relacionadas con el fenómeno de la posverdad y el cambio que este implica para los procesos políticos actuales.
¿Por qué ganó Trump?
He, Z., Camobreco, J., & Perkins, K. (2021). How he won: Using machine learning to understand Trump’s 2016 victory. In Journal of Computational Social Science (Issue 0123456789). Springer Singapore. https://doi.org/10.1007/s42001-021-00147-3
Enfocados en la victoria electoral de Trump, He, Camobreco y Perkins, usando Machine Learning y la técnica de árboles de decisiones, se plantean responder a la siguiente pregunta: ¿Por qué tantos americanos votaron por Trump? ¿Por el impacto económico de la globalización, o por los prejuicios racistas y anti-inmigración?
La respuesta del estudio es que los prejuicios pesaron en la elección más que la dureza económica a la que el votante del caso estuviera sometido. De hecho, la metodología de los investigadores les permitió incluso ejecutar un contrafáctico, en el que se barajaron escenarios hipotéticos. Por ejemplo, ¿qué hubiera pasado si la enorme mayoría de votantes hubiera perdido su trabajo recientemente? (extrema dureza económica, manteniendo contante el nivel nivel de prejuicios),así como el escenario opuesto (prejuicios extremos, manteniendo constante el nivel económico), llegando a muy interesantes conclusiones:
- Siendo todo lo demás igual, el nivel de prejuicios racistas y anti-inmigratorios de los votantes predicen mejor una victoria de Trump que la situación económica de la persona.
- La penuria económica interactúa con el nivel de prejuicios. Esto significa que si comparamos a dos personas con el mismo nivel de prejuicio, es más probable que el prejuicioso pobre vote por Trump. En otras palabras, la pobreza potencia al prejuicio.
- Este modelo tiene un nivel de acierto impresionante: empleándolo, es posible predecir con un 90% de certeza el voto a nivel de condados.
La Raíz de la posverdad
Schaffner, B. F., & Luks, S. (2018). Misinformation or Expressive Responding? Public Opinion Quarterly, 82(1), 135–147. https://doi.org/10.1093/poq/nfx042
Los psicólogos políticos manejan dos nociones muy interesantes, y a las que los opinólogos de turno podrían sacar provecho… si realmente se interesaran en la Psicología Política, quiero decir.
La primera es la idea del voto sociotrópico. Llámese así al voto emitido, no a resultas de una evaluación de la propia situación personal, sino como resultado de cómo perciba el votante su entorno social. Por ejemplo: una persona cuyo único cambio significativo en su vida es mudarse de San Isidro a Los Olivos, de pronto empieza a sentir mayor empatía por la causa de los desfavorecidos económicos y la falta de oportunidades de ascenso social, y vota en consecuencia. ¿Qué cambió? La persona sigue ganando el mismo salario, teniendo el mismo trabajo, viviendo con la misma familia, y teniendo la misma educación. Solo cambió su entorno. A esto se le llama “voto sociotrópico”.
La segunda idea es el voto expresivo. Implica que la motivación para un voto no necesariamente es el contenido literal de una propuesta o la persona en sí de un candidato, sino lo que ese voto significa en el contexto en que se da.
Veamos un ejemplo. En el contexto de las elecciones primarias del partido republicano, donde había personajes como Jeb Bush, heredero de una familia que ya había logrado dos presidentes, y un conjunto de precandidatos con antecedentes tradicionales, como Ted Cruz, entre (muchos) otros, votar por Trump, para muchos americanos, no fue tanto una expresión de apoyo para el millonario como candidato, sino de rechazo por los demás “finalistas” del proceso. En ese sentido, un voto “expresivo” no debe tomarse jamás de forma literal, en aislamiento del contexto, sino que debe ser interpretado.
Y así como existen votos “expresivos”, existen respuestas “expresivas” a encuestas, y eso es precisamente lo que nos cuentan Schaffner y Luks en su artículo. La moraleja es simple: los psicólogos, en especial psicólogos sociales, no siempre podemos tomar las respuestas de nuestros participantes al pied de la letra, en especial cuando:
- Las respuestas parecen ser particularmente extremas, radicales o reñidas con el sentido común o incluso la mera percepción “objetiva”.
- Tenemos base para pensar que los participantes tienen posiciones muy extremas en relación al fenómeno en investigación.
La metodología usada por estos investigadores no deja de ser ingeniosa y tiene su interés, ya que estas variables son elusivas y difíciles de abordar metodológicamente.
A estos investigadores se les ocurrió tomar como referente la famosa comparación que se hizo de las respectivas multitudes reunidas para la inauguración de Barack Obama (2009) y la de Donald Trump (2016). Ambos eventos están abundantemente documentados, y la diferencia es suficientemente dramática como poder afirmar, con razonable confianza, que cualquiera que diga que la multitud en la inauguración de Trump es más grande que la de la inauguración de Obama está sencillamente mintiendo o sufriendo alguna extraña distorsión visual.
El descubrimiento principal de su estudio es que sí que hubo personas que afirmaban que la de Trump fue la inauguración más populosa, pero tal respuesta no debe tomarse de forma literal. La intención detrás de esas declaraciones no era describir las imágenes, sino dejar en claro su apoyo hacia Trump. Es decir, hemos avanzado en el nivel de sofisticación en las respuestas de los participantes y encuestados; la sobresaturación de información generada por los medios y las redes sociales ha generado un tipo cualitativamente distinto de votante, uno que ya no se comporta necesariamente de forma trasparente, que percibe —o piensa que percibe— las intenciones de los encuestadores e investigadores, y reacciona en consecuencia.
El Patrón de Consumo de las Fake News
Guess, A. M., Nyhan, B., & Reifler, J. (2020). Exposure to untrustworthy websites in the 2016 US election. Nature Human Behaviour, 4(5), 472–480. https://doi.org/10.1038/s41562-020-0833-x
La opinología política que escuchamos en los medios y las redes sociales suele afirmar que parte del problema actual es que las personas se someten a desinformación sistemática. Centrándose siempre en la coyuntura de las elecciones norteamericanas del 2016, Guess y sus colegas muestran que solo una parte —relativamente reducida— de los votantes realmente consumió este tipo de noticias.
La llamada “información pro-actitudinal”, es decir, el contenido alineado con las actitudes que se tienen, tiende a ser la fuente de conocimiento predilecta de la gran mayoría de consumidores de medios. Sin embargo, esto no implica que las personas quieran consumir contenido claramente falso o distorsionado.
Precisamente ese fue el primer hallazgo de esta investigación. Apenas el 6% de la “dieta de medios” de los votantes correspondía a fuentes claras de fake news, y en general menos de la mitad de los votantes los leía en absoluto.
¿Quiénes leen más fake news? En semejanza al famoso Principio de Pareto, más del 60% de la lectoría de las fake news corresponde al 20% de los votantes con posiciones más conservadoras.
¿Cuál es el “puerto de entrada” de las fake news? No Twitter, como a primera vista pudiera pensarse, sino Facebook. La mayoría de consumidores de ese tipo de contenido tendieron a adentrarse en la jungla de la desinformación a partir de posts de Facebook. Uno de los aspectos que más llama la atención dentro de los resultados de este estudio es que las aclaraciones y fact checking que trataba de contrarrestar el efecto de la desinformación casi nunca llegaba a los que habían sido más afectados por ellas. Esto implica que los consumidores de desinformación casi nunca están interesados en la realidad objetiva, al menos no tanto como en la búsqueda de material que los confirme en sus actitudes.
Por último, la gran pregunta: ¿consumir fake news se traduce en conductas electorales concretas? Lamentablemente, esta investigación no logró esclarecer esta cuestión, tal vez la más importante de todas. Los números solo indican que, de haber relación entre ambas cosas, no es una relación muy notoria.
Conclusiones
- Existe evidencia, al menos parcial, de que no siempre la economía determina la conducta política, y que los prejuicios y actitudes que tenemos a veces son tan o más poderosos que la situación económica.
- Si bien la opinión pública ha evolucionado y ahora somos más sofisticados que antes al momento de emitir nuestros puntos de vista, los investigadores deben ser más cautos y no tomar al pie de la letra el contenido de las encuestas.
- La desinformación no es necesariamente un producto de masas; al parecer, son consumidos por una minoría muy activa y fanatizada, y aún queda por demostrar cómo influye esa minoría en otros votantes y qué conductas concretas se derivan del consumo de fake news.