El Ruido de la Injusticia
Los profesionales veleidosos
Oncólogos de diagnóstico caprichoso, jueces hinchas de fútbol, psiquiatras erráticos, aseguradores inconstantes… ¿Qué pueden tener en común?
Todos trabajan como especialistas en su ramo. Todos esperamos de ellos resultados concluyentes, unívocos, consistentes: o tienes cáncer o no lo tienes; o eres culpable o eres inocente; estás psicótico o solo tienes pánico; tienes que pagar una prima de cien soles o una de mil.
Pero todos ellos están sujetos a sesgos.
Existen estudios rigurosos y confiables –estudios científicos– que indican que el resultado final de la labor de estos profesionales varía en función de detalles no solo arbitrarios, sino incluso ridículos: los oncólogos, por ejemplo, tienden a examinar en mayor detalle a los pacientes que atienden temprano por la mañana, mientras que si tu consulta te toca a última hora de la tarde, puede que te despachen sumariamente, incluso en el caso de que sí tengas cáncer (y como resultado de ello, uno de cada tres diagnósticos están errados). Otra perla, esta vez jurídica: si tienes la mala suerte de ser juzgado poco después de una derrota del club de fútbol favorito del juez, tu sentencia será significativamente más severa.
En este libro, los autores (Daniel Kahneman, Olivier Sibony y Cass R. Sunstein) nos pintan otros casos: por ejemplo, el orden en que cierta información es mostrada a los lectores influye en la decisión que éstos tomen. Si tienes que elegir tu almuerzo de un menú en el que figura el conteo de calorías a la izquierda del nombre del platillo, tenderás a elegir opciones más light, pero si eres árabe o israelí (y, por lo tanto, lees en sentido opuesto), ese dato no te afectará.
OK, ¿Qué está pasando acá?
La sorpresa y la variación pueden ser bienvenidas y refrescantes en muchos ámbitos: una película que nos cuestiona, la trama de un libro que no va por donde esperábamos y aun así supera nuestra expectativa, un amigo con un gusto peculiar que lo hace interesante.
Pero hay ocasiones en que nuestra mente busca y necesita la certidumbre: imagínate que le preguntas ansioso a tu médico si tu análisis indica o no si tienes cáncer, y este, por toda respuesta, se encogiera de hombros. O si tu abogado te dijera que la diferencia entre pasar años en la cárcel o salir absuelto depende del resultado de un partido de fútbol jugado la noche anterior.
Cuando el resultado buscado debe ser exacto, consistente y confiable es porque asumimos que existe una única respuesta correcta. En ese contexto, la variabilidad no es un mérito, sino una falla; aún más, es injusta.
“Ruido” es variabilidad no deseada en una evaluación o juicio. (Kahneman, Olivier & Sunstein, 2021)
Ruidos y Sesgos
Los psicólogos sociales estamos familiarizados con la noción de “sesgo”: el grado en que un punto de vista es distorsionado por factores internos (como motivaciones, creencias, y expectativas) y/o externos (la intensidad de un estímulo, el contraste con el entorno, etc.).
Asimismo, los aficionados a la Estadística sabemos que existen dos tipos de sesgo (también llamado sencillamente “error”): el sistemático y el no sistemático o aleatorio. Y sabemos que el error sistemático no es realmente un gran problema, porque es predecible, y por lo tanto, se puede corregir. Por ejemplo, en los tiempos pre-Uber, cuando salías a tomar un taxi sabías que debías regatear con el chofer porque éste siempre tendía a subir el precio.
El auténtico dolor de cabeza es el error aleatorio. Por ejemplo, imagínate que vas a la Calle Capón en el centro de Lima a almorzar un rico chifa, pero la limpieza con que es preparada tu comida es aleatoria: podría haber sido preparada en condiciones impolutas, o provenir de una cocina repleta de inmundicia.
El error sistemático es llamado sesgo; el no sistemático es lo que esta obra llama “ruido”. Y como ya hemos visto, el ruido es mucho más difícil de corregir.
Higiene Decisional
Sin embargo, aunque arduo, el ruido, según los autores, no es imposible de corregir. Es obviamente importante hacerlo, y las herramientas propuestas por esta obra constituyen definitivamente su mayor aporte y le dan su auténtica importancia.
Tomar decisiones controlando al máximo posible el ruido es lo que este volumen llama “higiene decisional” [Decision Hygiene]. Para contextualizar: ya tenemos en el Perú la suficiente desconfianza y suspicacia generalizada en instituciones como el Poder Judicial y el Sistema de Salud como para permitirnos una toma de decisiones ruidosa.
El primer paso, como suele suceder, es reconocer y admitir la existencia del problema: existiría un “ruido circunstancial” (el juez futbolero, el oncólogo ansioso para que se acabe la jornada de una vez); pero mucho más grave sería el ruido estructural. Por ejemplo, cuando en un Hospital público los médicos son obligados a atender la máxima cantidad posible de pacientes durante su turno, pues son evaluados a la luz de un perverso sistema de indicadores donde el tiempo promedio de consulta es el criterio para decidir su evaluación. (Y sí, aquí la palabra clave es sistema.) O cuando, en el PJ, la aplastante carga judicial restringe la calidad posible de las deliberación legal, forzando a los jueces a elegir entre una sentencia sólida en un lapso absurdo o una sentencia indefendible en un plazo razonable.
El segundo paso es corregir el ruido. El ruido circunstancial puede resolverse con un sencillo cambio de hábitos y/o de actitud (al fin y al cabo es cuestión de autoconsciencia y valores personales). El ruido estructural es mucho más difícil de gestionar. Se debe empezar con decisión política (los líderes formales deben estar convencidos), pero luego debe continuarse con políticas y procedimientos que reduzcan el ruido y lo encaucen hacia la reducción de la variabilidad. Los procedimientos o guías de acción ayudan a reducir el ruido en la medida en que deconstruyen o desmenuzan una cadena de decisiones en pasos discretos que pueden controlarse y auditarse mejor.
Otra opción es fomentar la independencia de criterio, por ejemplo solicitar decisiones sobre el mismo tema a equipos que trabajan sin interferencia entre sí, y luego pedir que sustenten su respectiva resolución (una variante de la llamada “Técnica Delphi”).
Costos y Beneficios de “bajarle el volumen” al Ruido
Obviamente, existe un costo/beneficio a tomarse en cuenta en esta “higiene decisional”. Ningún director cuerdo exigiría un consejo de facultad de todos los docentes de un colegio para evaluar cada examen de cada curso de cada alumno. Este balance (al fin y al cabo, económico) sugiere que el Machine Learning y la creación y aplicación de algoritmos podría llevar a una reducción significativa dentro de costos y tiempos razonables. (¿Acaso ha llegado el momento de dejar de tomar decisiones por completo y dejar que las máquinas tomen el mando? Quizás no, dicen Kahneman y compañía, ya que aun el más sofisticado algoritmo puede equivocarse si se le alimenta con data sesgada o incorrecta.)
Otro costo, más sutil, es la percepción de deshumanización a la que podría llegarse si todas las decisiones fueran tomadas de manera automática. Y, ya desde el lado del clima organizacional, la cultura de burocratización a la que se llegaría dando rienda suelta a la aplicación de reglas más allá del sentido común.
Balance Final
Para los autores, sin embargo, las dimensiones del ruido han llegado a niveles intolerables en muchos aspectos. Y es difícil no relacionar ello con la creciente repulsa global de las grandes masas hacia los “especialistas”.