Jerome Kagan
Jerome Kagan
Ciencia versus Opinión
Jerome Kagan era un liberal, que pensaba que todos los seres humanos nacemos con el mismo potencial y, por lo tanto, solo nos diferenciamos en función del entorno y nuestras propias motivaciones.
Hasta que empezó a investigar la relación entre el temperamento, la crianza y la personalidad de los individuos.
Descubrió, por ejemplo, que los hijos de madres solteras que trabajan —y que por ende se pasaban mucho tiempo en guarderías— no diferían significativamente de los niños que pasaban la mayor parte de su existencia bajo la atenta mirada de mamá.
“Tenía tanta resistencia a otorgarle mucha influencia a lo biológico,” diría Kagan muchos años después. Y sin embargo, no solo se la concedió, sino que escribió un libro con todos los hallazgos que se desprendían de su investigación y la de muchos otros, y que apuntaban hacia una verdad que inicialmente lo hacía sentir incómodo: al fin y al cabo, por más que los padres nos esforcemos, el impacto que estamos estinados a tener sobre la personalidad de nuestros hijos no es ni remotamente tan grande como quisiéramos —o tememos.
Jerome Kagan era un científico auténtico. No tenía miedo de ver la realidad a la cara, aunque esta no le gustase ni se condijese con sus creencias previas.
El Libro
The Nature of the Child1 fue publicado en 1984. Es una obra retadora, iconoclasta. Desafía, aún hoy, la sabiduría convencional acerca de los niños y su crianza. Solía asumirse que lo que sucediera en una etapa del desarrollo del individuo tendría impacto en la etapa siguiente; Kagan puso este supuesto en tela de juicio. Apoyado en evidencia, el libro menciona, entre otros, el New York Longitudinal Study, donde se le hizo seguimiento desde la infanciia a más 100 personas: los problemas infantiles, incluso en los casos en los cuales fue necesaria una intervención terapéutica, no parecían dejar huellas en el sujeto adulto.
Esto implica que una infancia difícil o incluso trágica no necesariamente determina una adultez problemática, pero también que incluso el apoyo más amplio de los padres no es garantía de éxito futuro para los hijos.
Kagan enfatiza que el factor biológico determina las pautas del desarrollo; conforme el cerebro alcanza ciertos hitos biológicos, interactúa con las influencias ambientales, dando lugar a resultados a menudo poco predecibles. Era firme promotor de la plasticidad del desarrollo, pero también realista en cuanto a sus límites.
De esta forma, aun pasando por la tortuosa admisión del rol fundamental de lo biológico, Kagan logró llegar de todos modos a la idea inicial: el ser humano es capaz de elevarse por encima de los antecedentes más trágicos, sobreponiéndose a ellos hasta el límite de sus posibilidades.
A más de uno no se le escapará la ironía: el gran psicólogo, que detestaba la idea de que lo biológico influyera tanto en el desarrollo, termina por llegar a la conclusión de que las limitaciones sufridas en una etapa inicial no tenían por qué impactar en la etapa siguiente; es decir, las personas aún somos capaces de hacernos a nostros mismos.
Goleman2 lo pone así:
Man cannot look at himself without bias. As Mr. Kagan notes, ideology guides science, particularly the human sciences. Thus he attributes to the uncertainties of modern times the current appeal of such ideas as those expressed by the eminent psychologist Erik Erikson (the human infant needs “basic trust”) and the psychologist Harry Harlow (infant monkeys need love, even if only in the form of a surrogate mother made of wire and terry cloth). “Every society,” Mr. Kagan writes, “needs some transcendent theme to which citizens can be loyal.” The inviolate sanctity of the parent- infant bond is ours.
Goleman continúa indicando que, si bien nuestro reseñado sustenta su propuesta en evidencias, también existe evidencia contraria, por ejemplo indicando que la proporción de adultos con problemas psicológicos con antecedentes de abuso infantil es mayor que la existente entre los adultos libres de esas dificultades. El autor de “Emotional Intelligence” añade que los hallazgos de Kagan plantean cierta pugna entre la metodología clínica (basada en la observación directa de casos patológicos) y la metodología experimental (basada en el control de variables extrañas, aleatorización y contexto de laboratorio).
La Persona
Kagan fue un tímido y ansioso vitalicio. Un tartamudo durante su infancia (limitación que luego superó.) Tal vez por ello, le resultó tan atrayente investigar cómo algo que iba más allá (y más atrás) de sus propias elecciones personales y su crianza lo marcara de manera permanente y continua por la duración de su existencia.
Según calcularía eventualmente, pertenecía a ese 15% de adultos tímidos y retraídos, la contraparte temperamental de ese 15% especular y efervescente que iba confiado aceptando con una sonrisa todo lo nuevo que le ofreciera el mundo.
Un proverbial judío, intelectual y brillante, pasó de estudiar en Yale a finalmente enseñar en Harvard por décadas. Recibió grandes honores profesionales, tanto al inicio (Premio de la Asociación Psiquiátrica Americana en 1963), como hacia el final de su trayectoria (Premio Stanley Hall, de la APA, en 1995). Según Dan Gilbert (otra supestrella de Harvard), Kagan mantuvo hasta el final su fascinación por el aprendizaje: incluso anciano, seguía asombrándose como un niño ante cada nuevo conocimiento.
-
Goleman, op. cit. ↩︎