Comunismo, 01
La Locomotora de la Historia
Un tren recorre Alemania hacia el final de la Gran Guerra. Un vagón alberga a alrededor de 30 pasajeros, todos ellos revolucionarios. Uno de ellos era Vladímir Ulianov, conocido como Lenin.
El vagón no está sellado en realidad, aunque sí simbólicamente: nadie en su interior es revisado ni su identidad corroborada en todo el viaje.
Marx había dicho (y Lenin lo había citado): “La Revolución es la locomotora de la Historia”. Y he aquí que la metáfora se había materializado.
Bajo autorización de las autoridades alemanas, Lenin estaba siendo conducido a Petrogrado, entonces capital rusa.
Cada uno pensaba estar utilizando al otro. Los alemanes creían estar a punto de introducir un elemento que eventualmente haría que Rusia se saliera de la Gran Guerra; los revolucionarios a bordo del tren se sentían particularmente orgullosos y optimistas: planeaban emprender desde Rusia una revolución que acabaría con todos los regímenes del continente y eventualmente del mundo.
¿Cuál era el estado de ánimo del revolucionario ruso?
No estaba exultante, ni fantaseaba, soñador, con la gran victoria que lo aguardaba. Tampoco lo embargaba una convicción mesiánica acerca de su propio destino.
Por el contrario, Lenin no perdía ni un minuto.
Primero, se dedicó a reglamentar la rutina de sus compañeros de viaje; se estableció turnos para todas las actividades por la duración del trayecto. Y luego (y más importante), Lenin se aposentó en un ambiente cerrado especialmente asignado para él en señal de respeto, y se consagró a trabajar.
No quería perder un instante de labor, si podía invertirlo en planificar, incansablemente, su estrategia para materializar la revolución. Si hubiera debido describirse a sí mismo, Lenin se hubiera limitado a señalar que se había convertido en un misil, una máquina humana cuyo único objetivo era concretar la revolución.
El 16 de abril de 1917, Lenin, luego de diversos trasbordos, llega a la estación “Finlandia”, de Petrogrado. Apenas pone un pie fuera del tren, se pone de inmediato en acción.
El regreso de Lenin posibilitó la toma de poder del comunismo en Rusia, más tarde ese mismo año.
Esto es muy significativo. Hasta antes de Lenin, el comunismo había sido solo una noción, un enfoque teórico, motivo encendido de polémica y debate, pero nada más. Lenin fue el vehículo que convirtió esas ideas en realidad concreta, en una entidad política que estaría llamada a reconfigurar todo el panorama del poder en el mundo.
La vocación, claramente definida, de la Rusia de Lenin por desplegar y difundir la revolución por todo el mundo no le permitiría a ninguna nación permanecer neutral. O se sumaban a su esfuerzo con entusiasmo, o lo combatían con temor, pero todos debían asumir una posición.
Sin ese tren y ese viaje, la historia posterior del mundo hubiera sido distinta. No habría habido, muy probablemente, una toma de poder bolchevique en Octubre; no habría surgido una figura como Stalin; incluso podría argumentarse que, al menos parcialmente, la acción de Lenin y el comunismo fomentó la aparición de figuras como Mussolini y Hitler, cuyas respectivas plataformas políticas incluyeron la promesa de defender a sus naciones de la ideología comunista.
Sin esa travesía noreuropea, no habría habido, tampoco, una Segunda Guerra Mundial (al menos no como la conocemos), y ciertamente hubiera sido imposible un lapso de Guerra Fría, ni una remodelación de la gran nación china bajo los cánones del comunismo. No habría habido un escenario bélico en Corea, ni un muro que derribar eventualmente en Berlín, ni una guerra que perder para los americanos en Vietnam.
La idea clave es que el comunismo es un estilo de civilización alternativa, cuya dinámica interna es necesario elucidar. También es necesario explicar, psicológicamente, el profundo compromiso que el comunismo generó en millones de personas, la devoción extrema a la que llevó a tantos.
En suma, vamos a intentar comprender el registro histórico del Comunismo. En su apogeo, algunos años después de la Segunda Guerra Mundial, aproximadamente un tercio de la población del planeta llegó a vivir bajo regímenes comunistas.
Aún hoy (tantos años después de la Caída del Muro y del derrocamiento del régimen soviético y sus estados adláteres), subsisten importantes estados del mundo que proclaman diversos grados de adherencia a ideologías comunistas, como Corea del Norte y Cuba.
Definiendo el Comunismo
Modelado por Karl Marx, consiste en la abolición de la propiedad privada y del mercado, como mecanismo que busca utilidad y ganancia, en pro de un nuevo sistema de control colectivo de los medios de producción.
En el Manifiesto Comunista, Marx y Engels resumieron el comunismo en una frase: abolición de la propiedad privada.
Obviamente, la supresión de la propiedad privada era solo un medio; el fin era la igualdad social completa, y compartir una nueva etapa en la evolución de las sociedades humanas.
Uno de los ideales centrales del comunismo: reorganizar la sociedad humana en torno a la siguiente máxima:
De cada quien según su habilidad, a cada quien según su necesidad
El término “comunismo” y “comunista”, en el sentido de enfatizar el compromiso con el control común de los medios de producción, se volvió popular a partir de la década de 1840. Pero incluso desde antes, la palabra se aplicaba también a otros proyectos e ideologías sociales, siempre y cuando tuvieran como foco la idea de organizarse en comunas. Incluso se aplicaba el término a algunas comunidades religiosas y monasterios.
De hecho, la relación entre comunismo y religión es compleja1. Todas las comunidades previas que habían hecho suya, en distintos grados y formas, la idea de una vida en común a ultranza, lo habían hecho con una perspectiva de trascendencia religiosa. La vida en común era un antídoto contra el veneno del materialismo, y la meta era salvar el alma después de la muerte del cuerpo.
Para Pablo, por ejemplo, el amor al dinero era una de las raíces de todos los males. Sin embargo, Marx rechazaba cualquier paralelo entre el comunismo y el cristianismo, aduciendo que este último predica la pobreza.
Un concepto afín al comunismo es el socialismo. Este suele definirse como la titularidad pública de la propiedad, más que titularidad privada. Es decir, el Estado como poseedor de la propiedad. El ideal detrás del socialismo es la cooperación colectiva, en vez de la competencia privada.
Entonces, ¿cuál es la diferencia entre comunismo y socialismo?
Aunque los términos han ido evolucionando con el tiempo, originalmente se asumía que el comunismo es una forma más elevada, o avanzada, de socialismo. En ese sentido, el comunismo sería la forma perfeccionada y radical del socialismo.
Y sin embargo, hubo momentos en los que socialistas y comunistas se enfrentaron amargamente, y ello es parte de la historia del comunismo también.
Comunismo, socialismo y anarquismo son tres de las ideologías más radicales, a menudo asociadas en la segunda mitad del siglo XIX.
El anarquismo consistía, básicamente, en rechazar cualquier forma de estructura estatal como foco de corrupción y restricción de la voluntad individual.
La relación entre anarquismo, socialismo y comunismo es rica y compleja. Aunque a menudo se portaron como aliados, no fueron pocas las veces en las que el anarquismo, por ejemplo, criticó acerbamente al comunismo.
El comunismo, como entidad ideológica viva, tuvo una evolución, con una parte de sus ideales mantenida como constante y otra que fue siendo sometida a cambio. Uno de los temas dentro de la evolución del comunismo viene a ser la dicotomía teoría vs. práctica: ¿qué tanto, por ejemplo, se mantuvo vigente del comunismo original, al momento de ser llevado a la realidad concreta? ¿Fueron esos cambios inevitables? ¿Traicionaron o no la esencia de la ideología marxista original?
Algunos puntos fundamentales del comunismo, sujetos a continuo debate, fueron:
El Rol del Individuo en la Historia
Para Marx, la Historia la hacían las masas, no los individuos. Las masas se organizaban en la acción como clases sociales, que ejercían el rol que la lógica histórica les iba asignando.
En contraposición, los individuos tenían un impacto limitado y breve, comparados con la poderosa acción anónima de las masas modelando la historia y la economía.
Y sin embargo, la ironía es que, en la dinámica interna del comunismo la personalidad de ciertos líderes tiene un impacto enorme, empezando por Marx mismo, y siguiendo con Lenin, Stalin, Mao, Trotzky, Tito, Ho Chi Minh. Dentro de esos líderes se incluyen personalidades como la de Rosa Luxenburgo, revolucionaria polaco-alemana capaz de crearse un lugar en el panteón de una ideología originalmente dominada por varones.
Esta preeminencia de facto de ciertas fuertes personalidades dentro del comunismo generó otra de sus contradicciones: el desarrollo de diversos estatus y jerarquías en su interior. De las cúpulas y comités surgieron verdaderas élites, que terminaron por establecer inequidades en el corazón de un sistema que había surgido, precisamente, para desterrar las desigualdades.
La Geografía
Toda la lógica de Marx apuntaba hacia una idea: si la revolución iba a materializarse en algún lado primero que en cualquier otro, tendría que ser en las sociedades más industrializadas. Por eso, dentro de la mente de muchos revolucionarios, incluyendo la de los comunistas rusos, el verdadero premio soñado de la revolución era Alemania.
Aún hoy muchas personas, al pensar en la noción de comunismo, piensan en Rusia. Pero para los comunistas aurorales, la verdadera Tierra Prometida era el país natal de Marx y Engels. Y sin embargo, en el registro histórico, eso no llegó a materializarse nunca.
Ciertamente, es una contradicción que el comunismo se llevara a la práctica en países empobrecidos y de predominancia rural, como Rusia y China.
Esto trajo consecuencias. Una de ellas fue la actitud ambivalente que los comunistas llegaron a desarrollar en relación a los agricultores y los campesinos. Por un lado, se los consideraba aliados valiosos, pero por el otro, generaban prejuicios que los consideraban retrógrados y esencialmente conservadores.
Otra es la tortuosa relación del comunismo con el nacionalismo. El nacionalismo había precedido al comunismo, y era también una forma ideológica que promovía el sentido de unión y pertenencia.
Originalmente, Marx afirmaba que las masas debían identificarse con su clase social, más que con su patria, su localidad o incluso su etnia. Sin embargo, ya en el poder, los regímenes comunistas tienden a tratar de utilizar el nacionalismo para incrementar y cimentar su poder, con resultados mixtos o incluso contradictorios.
¿La Tradición del Comunismo?
El comunismo llevaba originalmente la impronta de la inconformidad, lo contestatario, la iconoclasia y el rompimiento con lo previo. Sin embargo, con el tiempo, el Comunismo se convirtió a su vez en una tradición.
Es innegable que su permanencia en el tiempo, sus referentes históricos, sus rituales, y su “canon” de escrituras casi sagradas terminaron por hacer del comunismo una venerable tradición en sí mismo.
El compromiso religioso del comunista
Si bien el comunismo ha tratado siempre de apoderarse del prestigio científico para sus propias proposiciones, y ya desde Marx desdeñaba la religión como supersticiosa y opuesta a los intereses populares, también se ha caracterizado por generar en sus seguidores un compromiso y una fe que poco tienen que envidiar al fanatismo religioso de las épocas más ardientes del cristianismo.
Sin duda, el comunismo es una ideología con vocación totalizadora, capaz de desplazar por reemplazo el sistema de creencias de quien se adhiere a ella, para transmutarse en lo que muchos de sus críticos califican como una “religión política”. Las purgas sistemáticas al interior de las organizaciones partidarias comunistas, ya sea que estén o no en el poder, reflejan el clásico fenómeno de subdivisión constante que caracteriza a toda secta, esa obsesión por mantener una ortodoxia siempre elusiva y estrecha, que tanto se parece a lo monocorde.
Otra de las características religiosas del comunismo es su aversión por el disenso, la descalificación de las alternativas con el apelativo de “revisionismo”, el apego por la teoría original inviolable, incuestionable e inamovible y la práctica de la autoinculpación, que remeda, inconscientemente, las prácticas cristianas de la confesión y la penitencia.
Colofón
Por más que haya quien considere muerto al comunismo, es imposible entender con un mínimo de coherencia y completitud el panorama político actual sin cultivar nuestra comprensión de una de las principales fuerzas que le dio forma, contenido y significado. Si omitimos el comunismo, la historia no solo de Occidente, sino la del mundo entero en los últimos dos siglos se vuelve ininteligible.
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Recordemos que para Harari, por ejemplo, el comunismo ES una religión. ↩︎