Comunismo, 02

Marx and Engels: Una Camaradería Intelectual

En 1853, Prusia contrata un espía para determinar cuál es la situación del peligroso “jefe comunista”.

El relato del espía impacta por la vívida narración de la extrema miseria en la que tanto el filósofo como su infeliz familia sobreviven. En uno de los peores y más baratos barrios de Londres, las dos pequeñas habitaciones en que subsisten Marx, su esposa y sus hijos no tienen ni un solo mueble intacto; la mugre y el desorden imperan absolutos, y el tabaco que fuma el hombre de la casa impregna de una humareda tan espesa el reducidísimo ambiente que el espía siente que le lagrimean los ojos.

Los libros y manuscritos del ideólogo se intercalan, caóticamente, con las escasas posesiones de la familia. Marx –un hombretón corpulento de estatuta mediana y cabello de un gris incipiente–, tiene tan solo 34 años, pero la pelambrera desarreglada e hirsuta, y la intensidad de su mirada generan una fuerte impresión en el prusiano, quien llega a describir esta última como “siniestra”.

Y sin embargo, el espía no puede dejar de reconocer que la enorme inteligencia y “superioridad intelectual” de aquel hombre eran evidentes casi a simple vista, y no dejaban de ser ciertamente imponentes.

La profundidad intelectual no llegaba, sin embargo, a convertirse en suspicacia, ya que Marx parece haber recibido la conversación del espía más que amistosamente. En contraste, su interlocutor describiría al filósofo como “cínico, a menudo ocioso, y siempre bien dispuesto a emborracharse”. Y sin embargo, esa ociosidad era esporádicamente intercalada por episodios en los que parecía capaz de desplegar un esfuerzo intenso y sostenido.

El balance final parece ser favorable: la conversación del ideólogo, al menos para el espía, resultó agradable e interesante. Esto nos debería impresionar: incluso un agente extranjero, predispuesto en su contra y pagado por su delación, fue incapaz de escapar al encanto algo rudo e indómito del “jefe comunista”.

Los tres pilares

La camaradería intelectual de Marx y Engels formularía las bases de la ideología comunista a partir de tres puntos de origen:

  • La revolución política francesa
  • La revolución industrial británica
  • La revolución filosófica alemana

La revolución francesa

Marx y Engels consideraron la revolución francesa como un ejemplo de cómo debía hacerse una revolución en términos políticos, sobre todo en sus inicios, aunque criticaran su evolución hacia la cruenta violencia que finalmente la ahogaría en sangre y desembocaría en la dictadura napoleónica 1.

La revolución francesa fue también la inspiración para una serie de experimentos de organización social alternativa, ensayos de reorganización comunitaria que pretendían establecer una nueva sociedad, comunidad por comunidad.

Muchos de tales ensayos fueron denominados socialismo: las ideas de Saint-Simon, Proudhon, Fourier, fueron ridiculizadas por los colegas marxistas, catalogándolos de utópicos —un término que llegaría a ser una especie de “mala palabra” en el paradigma comunista.

Pero lo que llegaría a ser una peculiaridad del socialismo europeo es que las raíces intelectuales brotarían del suelo europeo, pero los frutos solo se darían fuera de ese continente: hubo muchísimas comunidades socialistas utópicas, por ejemplo, en los EEUU.

Es ciertamente una ironía que hoy por hoy el término “socialismo” y “socialista” sea casi un anatema para el establisment político norteamericano, cuando de hecho ese país es probablemente el que ha albergado y/o originado a la mayor cantidad de experimentos comunitarios socialistas en el mundo.

Pero si el dúo marxista despreciaba al socialismo utópico, ¿qué los diferencia a ellos?

Como a menudo ocurre entre las personas que adhieren a ideales políticos extremistas, la ansiedad por distinguirse entre similares motivaba grandemente a Marx y Engels. Surgió en ellos la idea de generar un comunismo que surgiera de una comprensión cabal de la Historia. Si la Historia es dinámica y cambiante, así debería ser la concepción que el comunismo debería tener de ella.

La revolución británica

En ese sentido, la revolución industrial se constituiría en otra de sus fuentes de inspiración. Embebida de ciencia y tecnología, la revolución británica había empezado a acelerar el ritmo de cambio de las sociedades europeas, y era claro que muy pronto imprimiría el mismo ritmo al resto del mundo.

Cualquier ideología que aspirase a describir —y aun más, a prescribir— la índole de las sociedades debería ser capaz de reflejar y entender la lógica de ese dinamismo. De hecho, no se trataba solo de entender y prescribir, sino de predecir la marcha futura de esas sociedades.

Vemos fácilmente cómo se van agregando los ingredientes de la ideología comunista: la obsesión por promover, entender y vaticinar el cambio social, la importancia de la ciencia y la tecnología, el protagonismo de la Historia con mayúscula.

La industrialización estaba cambiando a la sociedad de manera irreversible, trayendo el futuro, pero ¿cuál futuro? La ingeniería es la protagonista de los tiempos, las titánicas construcciones empujan cada vez más el límite de lo que parece posible, y la tecnología separa lo humano de lo natural de un modo que parece cada vez más irreconciliable.

¿Y qué significa todo esto?

Las clases sociales ven trastornada su antigua jerarquía relativa: los aristócratas y los siervos aún existen, pero están siendo empujados a las orillas del escenario social por el impetuoso empuje de la clase media.

Para Marx es epifánico: la forma en que las personas se enriquecen ha cambiado, y eso ha hecho que cambie la lógica social, y con ella la sociedad entera.

La revolución alemana

Hablar de filosofía alemana en el siglo XIX era hablar del enfoque hegeliano, de donde Marx toma la idea de la Historia como eventos enhebrados por un mecanismo de ideas.

La Historia no se desenvuelve al azar, sino por el contrario, es el mero despliegue de principios inteligibles.

La gran idea de Hegel, la dialéctica, propone que son los conflictos y desencuentros los que dinamizan a la Historia.

Un estado político inicial —tesis— es alterado por fuerzas de oposición —antítesis—, que terminan transformándolo. Esta transformación no es un cambio cualquiera: la clave de la dialéctica es que el cambio es, en último término, una especie de evolución hacia un estadío cualitativamente superior —síntesis—.

¿En qué sentido superior? Dentro del esquema hegeliano, el sentido de toda la Historia, aquello hacia la cual evoluciona, es la libertad del espíritu —Geist—.

Una de las características fascinantes de la política como actividad humana es su pasmosa capacidad para reinterpretar las ideas. Para la mente política, las ideas son meras herramientas que es posible reinventar para fines independientes o incluso opuestos a los que tenía el originador inicial de la idea.

Por ejemplo, muchos liberales políticos de hoy interpretan el mundo político en términos esencialmente económicos —una idea comunista si las hay.

Algo similar sucede con la idea del mecanismo dialéctico. En la mente de Georg Friedrich Hegel —el enorme filósofo que lo concibió en un principio—, la burocracia prusiana, el estado al cual pertenecía, encarnaba el ideal de evolución política orientada hacia la libertad del espíritu humano.

Es claramente una óptica conservadora: “las cosas van relativamente bien, vamos por buen camino”.

No así para los jóvenes hegelianos, quienes, por lo contrario, usan la dialéctica como dinamita intelectual.2

Los Camaradas

Integrantes de una de las colaboraciones intelectuales más importantes de la Historia, el peso específico de cada uno de ellos no era, sin embargo, el mismo.

Karl Marx

Marx solía llevar la voz cantante.

Como hemos entendido los psicólogos desde hace algún tiempo, todos los seres humanos contamos historias, algunas ciertas, otras falsas, pero la historia más crucial en nuestras vidas es la historia que nos contamos a nosotros mismos. Esa historia nos sirve para orientarnos en el mundo. Nos dice quiénes son los demás, qué es el mundo, y qué esperar de la vida, pero por sobre todas las cosas nos dice quiénes somos nosotros mismos.

Hay mujeres que se ven a sí mismas como doncellas en busca eterna de un salvador; hay varones que se conciben como obreros cuyo único destino es pasar por la vida entregados a labores rudimentarias escasamente recompensadas. Hay niños que son alabados desde que tienen memoria por su ingenio e inteligencia, y crecen sintiéndose predestinados a tener una vida intelectual activa. Hay otros que son regañados día y noche por los adultos, y crecen asumiendo que su papel inevitable en la existencia es violentar las reglas sin importar demasiado las secuelas.

Lo fundamental es que, casi siempre, esas historias son inconscientes, pero no por ello dejan de ser las guías constantes de casi cada acción, grande o pequeña, que la persona decida emprender.

Para Marx, esa historia era la del mito de Prometeo. Se veía como el gran dador de Luz para la Humanidad, pero Prometeo es, esencialmente, alguien que da lo mejor de sí para ser castigado y reprimido en consecuencia. Es decir, Prometeo es un mártir. Tal vez por eso asumía que su destino natural era chapotear en la miseria más furiosa mientras su único afán era trabajar en pro de su posteridad intelectual.

Para aclarar: Marx no se ve en absoluto como un mártir religioso, sino como el exponente de un nuevo tipo de sacerdocio: el intelectual. No se siente subordinado a ninguna jerarquía eclesial, económica o social. Tan solo reconoce la autoridad de las ideas y el eventual beneficio para la Humanidad que estas pueden generar.

Karl Marx nació hace casi doscientos años, en parte de lo que entonces era Prusia y hoy sería Alemania. Era de ascendencia judía, como tantos otros grandes intelectuales y filósofos, pero la observancia de esa tradición se había extinguido en la generación previa a él, ya que su padre se había hecho cristiano —casi con toda certeza, una conversión de conveniencia—, y vuelto abogado, dejando atrás la tradición rabínica de sus ancestros.

De modo que el joven Karl nunca fue formado en ninguna tradición religiosa en particular. Siendo estudiante en la Universidad de Bonn, se enamora de una joven aristócrata y, como casi todos nosotros, escribe malos poemas y descubre el mágico y deletéreo poder del alcohol.

Pero es en Berlín, adonde luego se traslada, donde lo impacta el huracanado impulso de los conceptos hegelianos. Allí sienta cabeza, logra doctorarse, y se casa con su novia de Bonn.

…Y sin embargo, ateo, radical y desaliñado, el joven Karl no encaja en el esquema del mundo académico de su tiempo y su lugar. Ninguna institución se muestra interesada en darle un puesto de Professor —el destino ocupacional natural para un doctor en su área—.

Además Marx, en aquel tiempo al menos, parece no haberse desenvuelto demasiado bien con las convenciones estilísticas al escribir, y no se le daba bien cumplir plazos de entrega. Era tiránico y dominante con quienes lo rodeaban, y de haber vivido en esta época muchos lo catalogarían con un término muy usado en las redes sociales: tóxico.

De modo que terminó dedicándose al periodismo 3.

En esa senda, Marx conoció cierto progreso, llegando a convertirse en el editor de una revista radical en la ciudad de Colonia. Por desgracia, esa línea laboral también se vería cortada muy pronto cuando el conservador gobierno prusiano canceló tal medio.

Desempleado —y, probablemente, furioso—, Marx y su familia se trasladan a París, el gran refugio de los exilados de toda Europa.

Friedrich Engels

Cotejado con Marx, Friedrich Engels era la otra cara de la moneda.

Venía de una familia de fabricantes alemanes de considerable fortuna 4. Su padre era un cristiano bastante dogmático y, como tal, conservador en extremo y poco amigo de radicalismos. Aun así, y en honor a la calidad humana de su padre, hay que decir que al joven Engels nunca le faltó el dinero.

Y los contrastes con Marx no se quedan ahí.

Engels era guapo, encantador, extrovertido, generoso, no le temía al esfuerzo, y escribía con lucidez y desenvoltura. Mientras que Marx era tóxico y parecía condenado a dejar tras de sí una estela de antipatías, la gente se sentía naturalmente atraída hacia Engels.

Se toparon por primera vez en Colonia, pero el encuentro no fue nada auspicioso, pese a que Engels ya se había convertido al socialismo en la Universidad de Berlín, la misma alma mater de Marx.

Fue solo en 1844, en París, después de que Engels escribiera La Condición de la clase trabajadora en Inglaterra —un volumen inspirado por su experiencia directa al supervisar una de las fábricas familiares en Manchester—, que el reencuentro de la dupla rindió frutos. Luego de tres años, ambos dieron forma final a sus ideas en el Manifiesto Comunista.

Materialismo Dialéctico

La base teórica de ese documento es el Materialismo Dialéctico, y su expresión más amplia se plasmó en El Capital.

Ya por entonces la Ciencia gozaba de un tremendo prestigio, y Marx no tardó en tratar de distinguir su teoría por asociación con esta. A menudo la llamaba “Una Ciencia de la Revolución”, y hacía lo posible para distinguirse de los “socialistas utópicos”, que habían creado modelos sin base en la realidad material.

Una de las grandes virtudes del marxismo, y probablemente lo que garantizó su fortaleza y su perdurabilidad, fue que Marx realizó una inteligente síntesis de las principales corrientes intelectuales de la época: Ciencia, Evolución, Industrialización, Filosofía y Política; lo principal está allí, en un formidable conjunto completamente en sintonía con su tiempo.

No es para nada extraño que atrajera a tantos, dado que ofrecía la posibilidad de un entendimiento armonioso y coherente del mundo contemporáneo.

Marx adoptó el aparataje conceptual de Hegel, pero invirtió sus valencias. En vez de idealismo, su esquema se vanagloriaba en su materialismo. La base para entender la Historia no eran las ideas, sino lo concreto, lo real y lo tangible: herramientas, máquinas, materia prima, fábricas y personas.

Con esas prioridades, era lógico que la clave y el foco de su entendimiento del mundo fuera la Economía. Las ideas eran tan solo superestructuras. construidas sobre la base material, probablemente para justificar y dar sentido a los arreglos materiales. La Religión, el Derecho, la Filosofía, el Arte, la Política, la idea misma de Familia y los Valores de una civilización son derivaciones de lo material y lo económico.

Esta es, naturalmente, una cosmovisión algo abstracta. No es una sorpresa que las cuitas de los individuos no jueguen un rol importante en la ideología comunista, para la cual los reales protagonistas eran los procesos económicos y las masas sociales. “La historia de las sociedades es la historia de las luchas de clase”, afirmarían.

Las etapas de la historia, desde la visión del comunismo

  1. Comunismo primitivo: supuesta etapa previa a la concepción de la propiedad privada. El tribalismo entra en conflicto con la sociedad desorganizada, dando lugar al
  2. Modo “asiático”: en el que surgen las primeras ciudades impulsadas por el desahogo de la esclavitud pública, es decir, la esclavitud donde el amo era el Estado. Las ciudades en enfrentan al estado, generando la
  3. Antiguedad clásica: en la que la esclavitud ya es privada, es decir, el amo podía ser un ciudadano privado. El Imperio se enfrenta a los bárbaros, de lo cual surge el feudalismo.
  4. Feudalismo: aristocracia ligada a la tierra y surgimiento de la burguesía. Ambas entran en cionflicto, generando el
  5. Capitalismo: penúltima etapa de la evolución de las sociedades. El proletariado5 entra en conflicto con la burguesía demócrata, enfrentamiento que eventualmente generaría al
  6. Comunismo: última etapa de la evolución social. Como había cada vez más personas desposeídas, y ello le permitía a los empresarios otorgar salarios cada vez más bajos, se establecía una especie de retroalimentación que hacía que el proletariado creciera cada vez más, mientras que la burguesía se iba, complementariamente, reduciendo. La pauperización del proletariado lo llevaría, en la óptica de Marx, inevitablemente a la revolución.

En el esquema marxista, la clase proletaria llegaría a ser la clase universal, por lo que su revolución equivaldría a la máxima revolución posible, la revolución que acabaría con todas las revoluciones.

Y sin embargo, el proletariado no sería la clase más baja posible. Para Marx, había una capa social incluso por debajo del proletario: el Lumpenproletariat, o lumpen. Compuesta por los pordioseros, desempleados, criminales y vividores de todo tipo, para ellos, que ni siquiera tenían la dignidad del trabajo para redimirlos, el marxismo solo tiene desprecio.

Además del proletario lumpen, estaba la clase de campesinos. Curiosamente, y quizás debido a su obsesión por las ciudades y la industrialización, el comunismo primigenio también desdeñaba a los agricultores pobres, a quienes considera una clase fallida, idiotizada por sus tradiciones y su mentalidad conservadora, destinada a la extinción más o menos espontánea luego del triunfo del proletariado.

La Dictadura Inevitable

A Marx el nacionalismo le generaba desdén, considerándolo una especie de rezago pasatista que pronto sería desplazado por la inevitable ola comunista.

  • “Un espectro ronda Europa: el espectro del Comunismo.”* (Marx y Engels)

Un aspecto clave del comunismo, al menos desde la óptica inicial de Marx, es su inevitabilidad. Para Marx, el comunismo era inevitable porque era lógicamente necesario; estaba, de algún modo, ya implícito en la lógica social.

Lo aparentemente paradójico es que, por más que fuera necesario, el comunismo no iba a imponerse de modo espontáneo. Habría que generarlo mediante la fuerza.

El proletariado no tendría otra opción que derrocar los regímenes erigidos por las clases dominantes: “el proletario no tiene nada que perder, excepto sus cadenas”.

La Historia —así, con mayúscula— acabaría luego de la Dictadura del Proletariado. Eso no significa que Marx pensara que el tiempo se iba a detener, sino que la Historia, entendida como una sucesión de conflictos que producían niveles cada vez más perfectos de orden social, tenía un sentido. Al igual que en Hegel —de quien Marx toma la idea—, una vez alcanzado el pináculo de su evolución, la Historia como se había venido dando acabaría, para dar paso a un estadío de armonía permanente.

Vista de ese modo, la revolución comunista venía a ser no solo imparable, sino además era, de un modo muy concreto, el mejor de los futuros posibles.

En principio, la noción de Dictadura del proletariado no era en absoluto antidemocrática. No, al menos, en el sentido de que implicara la opresión de un grupo sobre el conjunto de la sociedad. Por el contrario, la idea era que, una vez asumido el poder político, el Proletariado suprimiría las clases sociales. Sin clases, no podría haber conflicto. Sin clases, el Estado se iría disolviendo progresiva e ineludiblemente.

Pero incluso Marx y Engels asumían que la etapa del comunismo perfecto estaba demasiado lejos para ser plasmada de inmediato, por inevitable que eventualmente fuera. La fase comunista sería antecedida por la fase socialista.

Marx era demasiado inteligente como para caer en la tentación de describir en detalle la evolución futura de los acontecimientos: eso era propio de los socialistas utópicos, uno de los objetos de burla de Marx. Ya la realidad práctica se encargaría de los sucesos concretos.

Y sin embargo, pese a esta postura, no debemos caer en el error de pensar que Marx solo teorizaba, que era un intelectual jugando con las ideas. Como famosamente declararía:

“Hasta ahora, los filósofos han venido interpretando el mundo de diversas formas; de lo que se trata, sin embargo, es de cambiarlo.”

A menudo, se caricaturiza a Marx y se lo trata de reducir a una serie de eslóganes. Pero si hay que hacerle justicia, era un filósofo bastante complejo: por ejemplo, tenía admiración por lo logros de la burguesía, y los ponderaba en la medida en que habían sido, en su momento, un agente de evolución histórica.

Para el ideólogo, el internacionalismo era una forma de trascender la mentalidad burguesa, ligada a la noción tradicional de Estado y Nación; y sin embargo, el marxismo es eurocéntrico, pues asumía que todas las demás sociedades del mundo tendrían que pasar por las etapas seguidas por Europa 6.

Como dijera de sí mismo Whitman, Karl Marx, como autor, también parece haberse otorgado a sí mismo la licencia para ser, hasta cierto punto, contradictorio. Por un lado, era capaz de reconocer virtudes en la burguesía, y muchas veces analizaba su época con desapasionamiento que imitaba su idea de lo que debía ser un enfoque científico 7; por otro, despotricaba contra los ricos y sus críticas estaban fuertemente impregnadas de juicio moral.

La Ideología Religiosa

Robert Service, historiador, ha trabajado en profundidad lo que muchos antes —incluso contemporáneos de Marx— habían observado: el comunismo contiene elementos afines a una visión religiosa:

  • Marx mismo, con su autoimagen de mártir profético, era una figura con ciertos paralelos mosaicos, señalando el camino hacia el futuro.
  • La noción de revolución dentro del comunismo tiene parecidos innegables con la idea de redención cristiana.
  • La práctica del debate apasionado refleja, para algunos analistas del marxismo, cierta herencia de la tradición talmúdica de la discusión argumental.
  • Ideas como la del Fin de la Historia y la Dictadura del proletariado poseen resonancias apocalípticas.

Conclusiones

  • El comunismo es una ideología sintonizada con su tiempo y su lugar, que toma elementos de sus coordenadas históricas, como la revolución política francesa, la revolución industrial británica y la revolución filosófica alemana.
  • Marx fuera una personalidad compleja, apasionada, y hasta cierto punto contradictoria.
  • El comunismo ofrece una reinterpretación de la Historia, y propone que esta tiene una lógica dialéctica que lleva ineludiblemente a su culminación con el comunismo.
  • Para Marx, el materialismo dialéctico era la forma en que su concepción del socialismo se acerca al método científico y se aleja de los socialistas utópicos que lo precedieron.
  • El comunismo posee ciertos paralelos con una cpncepción religiosa del mundo, en especial con paralelos con la religión cristiana.

  1. La ironía es que, invariablemente, todos los intentos por plasmar los ideales marxistas, en sus diversas reinterpretaciones, han sido resultado directo —o generadores— de brotes cruentos y masivos. ↩︎

  2. El célebre Ludwig Feuerbach entre ellos, con su rampante ataque al cristianismo. ↩︎

  3. No debe tomarse esto que digo como un tipo de menosprecio. Sucede que en esas coordenadas de la Historia, el oficio periodístico tenía lo que podría llamarse “bajas barreras de entrada”, en términos de credenciales. Era, por así decirlo, una profesión democrática, en el sentido de acoger a muchos y dejar que fuera el mérito individual quien determinara las diferencias y los prestigios. ↩︎

  4. Perdóneseme el anacronismo, pero podría decirse, hasta cierto punto, que Engels era la quintaesencia del caviarismo: un socialista acaudalado. ↩︎

  5. Proletario es el que solo posee “prole”, es decir, el que es tan pobre que apenas cuenta con sus propios hijos. Al no contar con nada, al proletario solo queda vender su trabajo como valor de intercambio. Sin embargo, esta no era la clase más baja posible. ↩︎

  6. En una célebre idea, Haya de la Torre criticaría al marxismo justamente por tal supuesto, y propondría que las etapas tendría que ser distintas en el caso de Latinoamérica. ↩︎

  7. Es común, sobre todo entre los no científicos, asumir que los que practican el método científico son fríos y desapasionados, y que están más allá de la influencia emocional. Nada más lejano a la realidad. La historia de la Ciencia está llena de contraejemplos. Puede que la Ciencia sea objetiva e imparcial, pero los científicos muy a menudo son, y han sido, prejuiciosos, subjetivos y víctimas de pasiones muy humanas. ↩︎

Martín Vargas Estrada
Martín Vargas Estrada
Asesor Académico

Mis intereses académicos se centran en Psicología Social, Psicología Organizacional, Análisis Cuantitativo y Psicología Positiva.

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